Un poco de historia
Los movimientos feministas en Latinoamérica tienen su origen teórico con el Primer Congreso Feminista de Yucatán, de 1916. En este congreso se trataron temas como la necesidad de facilitar el acceso a una educación laica para las mujeres, el derecho al trabajo o los métodos anticonceptivos. Estas demandas socio-políticas se aliaron con las reivindicaciones vinculadas a las demandas sufragistas.
Tras la Segunda Guerra Mundial, hubo una disminución de reivindicaciones públicas feministas, aunque las críticas sobre la situación en la que se encontraban las mujeres latinoamericanas se trasladaba a través de la cultura y el arte, como es el caso de María Luisa Bombal o Ana Mendieta.
En latinoamérica, debido a un pasado común en múltiples países de conflicto y dictaduras, encontramos el origen de la violencia de género y los feminicidios en un pasado cercano de conflicto, tanto en el ámbito público como privado, en el que una lógica patriarcal deshumaniza y desvaloriza a las mujeres y las relaciona con motines de guerra. Esto se relaciona directamente con el grado de tolerancia de las sociedades ante la misoginia y el machismo, el cual llega a legitimar los actos de violencia.
A partir de la década de los 70 y de los 80, los movimientos feministas volvieron a tomar las calles y se celebraron numerosos encuentros, esta vez ligados a las protestas contra los gobiernos autoritarios que habían inundado América Latina y a los movimientos lésbicos, negros e indígenas. Este periodo estuvo influido por el impulso que se brindó a las mujeres a nivel internacional, con la Conferencia Mundial sobre las Mujeres (México, 1975) y con la creación de la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer (CEDAW, 1979). Uno de los factores principales que ha contribuido al fortalecimiento del movimiento de mujeres, del movimiento feminista y en particular del movimiento ampliado de mujeres son los Encuentros Feministas Latinoamericano y de El Caribe que comienzan a realizarse sin interrupción desde la década de los ochenta, durante 24 años. (Ruiz Navarro, 2016)
Así, los movimientos de mujeres y feministas en América Latina emergen como tal en los tiempos de la “segunda ola”(años 70). En cuestiones terminológicas estos tres conceptos expresados anteriormente albergan diferencias:
En conclusión, las aportaciones de los feminismos latinoamericanos se han identificado en su mayoría con las teorías postcoloniales y, dentro de estas, con las aportaciones de las explicaciones sobre la identidad indígena. Sin embargo, lo cierto es que en esta región tiene lugar una simbiosis de teorías y retroalimentación de ideas, siempre desde un punto de vista crítico con las tendencias feministas hegemónicas. A continuación se mostrarán las características principales de las aportaciones teóricas feministas latinoamericanas.
Explicación de esas bases teóricas
Feminismo postcolonial
La teoría postcolonial explica cómo las estructuras posteriores a la época colonial siguen reproduciendo formas de poder de esta época. Es lo que algunos como Gayatri Ch. Spivak denominan “un mundo post-colonial o neocolonializado” (Spivac en Rodríguez, 2015: 264). Para Edgardo Lander (2000: 16-23) la colonización no solo abarca la estructura organizativa, sino que también fue un apoderamiento de la historia, la cultura y los saberes que quedarían silenciados durante décadas.
En relación a esto último el feminismo postcolonial critica el esencialismo del feminismo occidental que ha categorizado a la mujer como ente único basado en una serie de características comunes, además, desde una perspectiva relativamente privilegiada. La homogeneización de esta categoría excluye el análisis de realidades muy distintas en función de la raza, cultura o clase y como resultado homogeniza el tipo de sumisión, discriminación y opresión que se ejerce de muy diversas formas.
Feminismo indígena
Dentro del feminismo postcolonial podemos entender el feminismo indígena. Partiendo de que existen múltiples modernidades, sabemos que existe una hegemónica basada en el progreso, la libertad, la racionalidad y la civilización (occidental). No obstante, de este modelo político imperante han surgido modelos de modernidad alternativos y subalternos que se enfrentan a la concepción dominante. Dentro de estos entenderíamos el surgimiento de un feminismo indígena como reacción ante la modificación y la dominación de la vida de las mujeres por los colonizadores, surgiendo por lo tanto de un contexto cultural y geopolítico único por el cual hemos de entender su diferenciación frente a los feminismos de otras regiones. (Forciniti, y Palumbo: 2016: 1-3)
Por lo tanto, se entiende la necesidad de apertura y de diálogo entre los diversos feminismos, sobre todo desde el ámbito académico. Se entiende que las mujeres indígenas se sitúan en una cuádruple subalternidad como mujeres, latinoamericanas, indígenas y pobres (Forciniti y Palumbo, 2015: 3). Es decir, como una minoría dentro de la minoría feminista o, en definitiva, una subordinación dentro de la subordinación. Esto último se entiende desde la dinámica del sistema mundo en el que el centro (Norte) domina a la periferia (Sur).
Frente al feminismo crítico, que entiende la intersección del concepto de mujer con factores como el de la raza, clase, etc. y que sostiene que es necesario atender dentro del feminismo cómo inciden estas otras relaciones de desigualdad en la relación de desigualdad de género, el feminismo indígena niega la dominación de la relación de género frente a otras relaciones de desigualdad y, por lo tanto, la afirmación que supone que una eliminación de la situación de subordinación de las mujeres conllevaría la erradicación de otras formas de discriminación. Frente a esto las feministas indígenas niegan, por un lado, la afirmación de que la relación de discriminación por género pese más que otro tipo de subordinación y, por otro, que exista esa separación entre las diferentes relaciones de desigualdad. Por lo tanto, se entiende que la multiplicidad de puntos de discriminación se conjugan y potencian y, por lo tanto, se ha de entender todo este paradigma en términos de fusión y potenciación, más que de interseccionalidad. (Forciniti y Palumbo, 2016:5-9)
Mientras el feminismo hegemónico se centra en la liberación de las mujeres respecto a los hombres y en la igualdad de oportunidades, así como en los sujetos individuales, la liberación de los cuerpos y el poder de propiedad de las mujeres sobre estos, lo cual supone una tensión entre la dicotomía del derecho individual y el derecho colectivo, el feminismo indígena tiene una sentido más colectivo. Este aboga por una lucha de todas aquellas personas afectadas por relaciones de subordinación, vengan de donde vengan y, por lo tanto, donde el feminismo entra como una demanda más a reivindicarse. En definitiva, la lucha de mujeres contra hombres disolvería la idea de comunidad que se establece como principio y fin de la lucha. (Forciniti, M y Palumbo, M. 2016: 8-10)
Movimiento internacional de mujeres
Con respecto a la participación de los movimientos de mujeres en campañas de corte internacional, como la de #MeToo, lo cierto es que tuvo cabida en los medios de comunicación y algunas agrupaciones feministas hicieron eco de la noticia apoyándolo a través de su #YoTambién.
Sin embargo, lo cierto es que los movimientos de mujeres en Latinoamérica que han logrado un mayor impacto y una mayor participación de la sociedad civil han sido luchas que han emergido de las problemáticas endógenas a la propia región.
En la región latinoamericana, sea a través de movimientos feministas o movimientos de mujeres, las reivindicaciones por los derechos de las mujeres han estado ligadas, en la mayoría de las veces, a la defensa de las tierras, el racismo institucional o la violencia de género y feminicidios. De este modo, nos encontramos con movimientos como #NiUnaMenos o #VivasNosQueremos, que nacieron en una América Latina cansada de las violencias contra las mujeres, las desigualdades y la opresión.
Iconos del Feminismo en Latinoamérica
Marcela Lagarde
La categorización adecuada de la violencia contra las mujeres ha ido evolucionando desde los años 80, erradicando conceptos perpetuadores como crimen pasional y definiendo adecuadamente diferentes tipos de violencia como la sexual, intrafamiliar, laboral, etc.
Marcela Lagarde, antropóloga y feminista mexicana que ha influenciado fuertemente el movimiento de mujeres y la institucionalización de la lucha contra la violencia de las mujeres en Guatemala y México, acuñó la diferenciación entre femicidio y feminicidio.
La categorización del feminicidio se puede encontrar en el trabajo Femicide, The politics of women killing (Russel y Radford, 1992) y a diferencia del femicidio, que se define como crímenes de odio contra las mujeres por el hecho de ser mujeres, el feminicidio alberga y explica su extensión en la historia añadiendo la impunidad desde el marco institucional estatal. Es por ello que, como concluye Lagarde (2005: 151-156), estos se convierten en crímenes de Estado, al no crear condiciones de seguridad ni garantizar los derechos humanos de las mujeres. Aclarando siempre que estos asesinatos se suceden en tiempos de guerra y de paz.
“El femicidio es la culminación de la violencia contra las mujeres. Variadas formas de violencia de género, clase, etnia, etaria, ideológica y política contra las mujeres se concatenan y potencian en un tiempo y un territorio determinados y culminan con muertes violentas: homicidios, accidentes mortales e incluso suicidios se suceden y no son detenidos ni prevenidos por el Estado. Más aún, a los homicidios se suma la violencia de la injusticia y la impunidad.” Lagarde (2005: 152)
Evelyn Stevens
Evelyn Stevens se ha constituido como el icono crítico por excelencia del Marianismo, una corriente caracterizada por la exaltación de la maternidad como un constituyente biológico que determina el destino de la mujer. Esta corriente ha sido considerada gracias a las críticas de esta autora como la perfecta contraparte del machismo.
El marianismo se caracteriza por una idealización de la figura maternal, que es adorada tanto en espacios públicos como privados y que se relaciona con la idea católica de capacidad de sacrificio y de negación a una misma. De acuerdo con Catalina Ruiz Navarro (2016), “la madrecita más linda es la más sacrificada” y, por lo tanto, el marianismo es un obstáculo para el respeto de los derechos de las mujeres, impidiendo la aceptación, por ejemplo, del derecho al aborto (Ruiz Navarro, 2016).
Las defensoras del Marianismo creen en el ideal de mujer basado en la Virgen María y en los valores de la pureza y la decencia, y cualquier mujer que se oponga a estos valores sagrados pasa a ser considerada como una indecente, asociada a la imagen de “María Magdalena”. El Marianismo oprime a las mujeres obligándolas a ser seres sin apetito sexual, dominadas en todo momento por la voluntad masculina.
Fuentes bibliográficas
Autoras Rocío Estévez e Irene Martín
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